Museo Judío de Viena
Jüdisches Museum Wien
Si dejáramos que el recuerdo de nuestros hermanos y amigos se desvanezca como el humo, perecerían en nosotros una segunda muerte.

Por: Clarita Spitz

En las estrechas callejuelas del antiguo Gueto de Varsovia, las paredes hablan. Las piedras cuentan historias de hombres, mujeres y niños, de padres e hijas, abuelas y nietos, corriendo presurosos cada viernes para llegar a casa a dar la bienvenida al shabbat. Si te detienes un instante podrás, tal vez, aspirar el aroma de la jalá recién horneada, del guefilte fish o el caldo con kneidlaj. Si prestas atención, podrías escuchar el murmullo de una madre arrullando a su hijito, sha, shtil, shhhh…, o las antiguas melodías del Kol Nidrei o del Avinu Malkenu que flotan aún en el aire, las mismas que los judíos entonamos hoy en día en las sinagogas durante las Fiestas Mayores. 

De vez en cuando, en las vitrinas de las tiendas de antigüedades del Viejo Casco de Varsovia, asoman objetos, reliquias de otra era, implorando volver a casa. Pero sus casas fueron destruidas, sus comunidades masacradas, su riqueza espiritual saqueada.  

Aun hoy, después de la lluvia en Auschwitz, en la zona donde almacenaron los objetos expoliados a los judíos, la tierra devuelve anteojos, cubiertos, dedales, tijeras, fragmentos de vidas truncadas. La tierra llora y quisiera decir su nombre y solo encuentra el silencio cómplice, indolente.

La tierra los devuelve y ellos claman por volver. Testigos mudos, son la presencia de una ausencia. O la ausencia de una presencia.

 Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la municipalidad de Cracovia decidió abrir un museo para recordar a sus 60.000 judíos asesinados durante la Shoá. A cambio de un día de descanso en Zakopane, los habitantes de la ciudad devolvieron 70.000 objetos, entre piezas de oro y plata y objetos litúrgicos, hurtados a sus vecinos judíos. Hoy se encuentran en el Museo de la Sinagoga Alte Shul.

En vitrina tras vitrina del depósito del Museo Judío de Viena, hay miles y miles de libros de rezos, candelabros, janukiot, rollos de la Torá, meguilot, kipot y juguetes infantiles, sustraídos de sinagogas, casas y negocios, de comunidades y familias judías de Europa, borradas de la faz de la tierra.

 Tras la era comunista, llegaron a manos de comerciantes, coleccionistas y Museos Judíos, cientos de piezas que quedaban en Polonia, Ucrania, Hungría, Rumania y República Checa. Hay quienes se lucran del tráfico y venta de estas reliquias sin remordimiento, tras la fachada de honestas casas de antigüedades. Pero hay también seres anónimos, callados mecenas que, convencidos de que estas piezas deben retornar al pueblo judío, viajan a Polonia para rescatarlas. Las sacan clandestinamente, para llevarlas a diversas comunidades judías con la única condición que sean expuestas al público, para mantener vivo

El recuerdo

 Así llegó a la Comunidad Judía de Barranquilla una pieza única y singular, una simlá o vestido para la Torá. De color blanco, se utiliza tradicionalmente en las Fiestas Mayores. Proviene de Galitzia y se cree que tiene, por lo menos,120 años de antigüedad. Decorada en hilo dorado con las tablas de la ley, flanqueadas por dos leones de Yehudá, una corona, y la leyenda:

La Señora Java Izrael en recuerdo de su hijo Yehuda Ari Hijo del Rabino Abraham Itzjak, en paz descanse. 

Probablemente nunca sabremos quien fue Java Izrael, o su marido, el Rabino Abraham Itzjak, ni qué edad tendría, o cómo murió su hijo Yehuda Ariel.  

Pero ha vuelto a casa

En la noche de Simjat Torá, la Fiesta de la Torá, se lee la última porción del Pentateuco y se inicia nuevamente la lectura del Génesis. Los rollos, vestidos de blanco, son sacados del Arca y la comunidad entera, desde el más grande hasta el más pequeño, canta y baila con ellos. 

La simlá retornó a su pueblo y este Simjat Torá, después de 70 años, vistió de nuevo un rollo de la Torá y se regocijó, al lado de otros rollos, radiante, con la comunidad entera bailando en derredor.   

Testigo mudo de otro mundo, de otras eras, de otros tiempos. 

Am Israel Jai.