Gusti Rosemfett
Gusti Rosemfett
Infatigable viajero, siempre acompañado de su cuaderno de viaje, visita diversas partes del mundo dictando charlas y conferencias.

Por: Clarita Spitz

«Recuerdo hace unos años haberle pedido al universo, al Gran Espíritu, o como quieran llamarlo, la oportunidad de experimentar el amor incondicional. Nada de pequeñas aproximaciones, sino el amor verdadero. Se ve que hay que tener cuidado con lo que uno pide, porque se te concede».
Así, sin más preámbulos, Gusti Rosemfett nos invita a entrar a su mundo, el mundo de Mallko y papá, (Océano Travesía, 2014), su libro más conocido, galardonado con el Premio Junceda en 2015, y el Premio Bologna Ragazzi en la categoría de Libro sobre discapacidad, en el 2016.

«A veces, con los hijos, pasa como con el dibujo: no te sale como lo imaginabas. A un dibujo lo puedes romper, y volver a hacer. Lo puedes borrar. O hasta puedes retocarlo, mejorarlo a tu gusto, perfeccionarlo con el photoshop. Pero con el hijo, con el hijo de verdad eso no lo puedes hacer. Eso me ocurrió con Mallko. No era como me lo había imaginado. Llegó antes de tiempo, sin avisar, y no lo acepté».
Porque Mallko… nació con síndrome de Down.

Cuando Gusti salió de su natal Argentina, se fue con un lápiz. Ese fue todo su bagaje: una maleta con lápices de colores. 
«Quería ser un gran ilustrador» –cuenta– «y salir en las exposiciones y todas esas tonterías que están muy bien, que son muy divertidas. Pero en París no me fue bien. Estuve ganándome la vida tocando la guitarra en el Metro, intentando trabajar y no funcionó. Era muy jovencito».

Antes de viajar, una chica catalana que había estado en Buenos Aires le había ofrecido que, si iba a Barcelona, le daría trabajo. «Yo, todo naive, me lo creí. ¿Qué sabía yo de Catalunya, de España? Llegué a Barcelona y la chica me dijo, vuélvete a Buenos Aires. Pero me fui quedando, es una ciudad que está buena, Barcelona». 

De eso hace ya más de 30 años, durante los cuales Gusti ha crecido mucho como autor e ilustrador de libros infantiles, ha sido premiado en varias ocasiones, y sus libros han sido publicados en más de 20 países por reconocidas editoriales como Gakken (Japón), Hachette (Francia), Edelvives, SM, Anaya (España) y Océano (México).

Ha dictado clases de ilustración en diferentes centros y escuelas, como la escuela de diseño Eina y La Escola de la Dona. Fue director creativo en el estudio de diseño La Casa de Carlota, que incluye en su equipo a personas con síndrome de Down y a estudiantes de diseño.

Infatigable viajero, siempre acompañado de su cuaderno de viaje, desde el 2006 visita diversas partes del mundo dictando charlas y conferencias. Fue invitado a presentar su libro en la reciente Feria Internacional del Libro de Bogotá, donde conversamos con el autor. 

P  Cuéntame un poco de tu trabajo como ilustrador y escritor.
R  Me cuesta mucho hablar de mi trabajo. Desde los 17 años vivo de dibujar, principalmente ilustrando textos de otros escritores, como el uruguayo Ricardo Alcántara; juntos creamos la serie de animación Juanito Jones. Aunque me es fácil inventar historias, la mayoría de mis historias se mueren en el intento. Más que hacer libros, lo que me gusta es dibujar, llenar cuadernos de viaje y cuadernos de vida. No para venderlos. En realidad, no lo considero un trabajo. Es la vida. Es hacer cosas que me gustan. Me gusta dibujar. El lápiz es una herramienta poderosa, casi podríamos decir que un lápiz da su vida para que nosotros podamos contar la nuestra. Una entrega total.

P  Muchos autores dicen que hay un antes y un después de… ¿tú sientes que hay un antes y un después de Mallko?

R  Cuando Mallko nació no lo acepté, no le di la bienvenida porque tenía tanto miedo, tanto dolor que no me dejaba. Para su mamá, Anne, Mallko nunca fue un problema: «Me sentí culpable porque vos no lo aceptabas, pero en el fondo sentía que este niño tenía todo el derecho de venir así tal como es. Y que para nosotros iba a ser una enseñanza y una experiencia. Al pecho lo único que sentía era que tenía un bebé indefenso y que necesitaba el doble de amor, porque a su papá le costaba entender», decía ella. Así son las mamás, y tenemos mucho que aprender de las mujeres.

Escribir Mallko y papá fue como escribir un diario de vida, no tuve que inventar nada, pero no fue fácil. Fue un viaje de dos años donde quise revivir todo ese proceso de lo que es el dolor, el miedo, a descubrir el amor absoluto. Como sacarme la ropa, desnudarme, abrir el corazón, ponerlo ahí, y eso, a mucha gente, sobre todo a los padres, los ha tocado. Yo venía pidiendo el amor incondicional, y se me apareció el Mallko y me dijo, ahí tenés el amor incondicional.
Un día, en alguna de estas charlas que doy, una persona me dijo, «discúlpeme pero, ¿por qué dibuja tan mal?». En realidad, pasé varios años aprendiendo a dibujar así de mal, estoy feliz de dibujar así de mal. Mi hijo Mallko nació hace 10 años, casi. Para mí fue como un reset, un cambio muy grande de todo mi canon de belleza, mi canon de cómo tienen que ser las cosas. Yo antes dibujaba los niños con los cachetitos rosados, todo muy bonito. Ahora dibujo estos monigotes que me cuentan tanto, o más, que los otros con los cachetitos rosados.

P  El nombre Mallko, ¿de dónde viene?, ¿qué significa?
R  La mamá es francesa, yo argentino, entonces buscamos un nombre que pudieran pronunciar los abuelos en Francia y a la vez en Argentina, porque si le ponés Philip quizá mi papá diga Filipo, y si le ponés Manolo los franceses dirían Manoló. 
Tengo un lado muy espiritual, que no tiene nada que ver con la religión. Me gusta ir al monte a ver pájaros, ir a la selva, hacer rituales con el fuego, hablar con el agua. Pasé muchos años en la selva, dibujando, estudiando el águila, el cóndor. Conocí el mundo espiritual indígena, que muchas veces llevo al terreno de la literatura. A partir de las águilas descubrí todo un mundo nuevo y espiritual. Mallko, en quechua y aimara, significa “espíritu del cóndor” o “águila cóndor”.
Conocer ese mundo me cambió la vida, me permitió crecer como persona y, en últimas, me permitió aceptar a Mallko.

P  Hablemos de WinDown –La Ventana…
R  Hay todo tipo de estereotipos acerca del síndrome de Down. Hay que trabajar para entender que, en el fondo, la discapacidad no existe; lo que existe es una sociedad que discapacita. Si tienes las condiciones, el espacio, el tiempo, lo que sea, te puedes desarrollar en alguien que puede servir a la sociedad. Pero si la sociedad no te da ese espacio, quedas apartado, excluido, ya sea por motivos económicos, físicos, intelectuales, etc. WinDown es una asociación sin ánimo de lucro, un proyecto que comencé hace tres años junto con el artista mexicano Andrés Moctezuma en el que, a través del arte, se busca establecer un puente alrededor del mundo de las personas con capacidades diferentes. Se llama así, La Ventana, porque es una ventana al mundo Down. La meta no es hacer una obra preciosa, sino tener un espacio como tendría que ser la sociedad: un espacio igual para todos al margen de tus limitaciones y tus capacidades.

Escribir Mallko y papá me fue sanando. Me permitió ponerle forma a este proceso, y ahora soy como una especie de embajador, compartiendo eso por lo que ya pasé. Acepté publicar el libro con una condición: presentarlo y hablar con la gente, compartir mi experiencia con los demás. Es un trabajo que estoy haciendo a conciencia porque creo que puedo ayudar a otros a reflejarse en esa mirada y sanar también sus miedos, su vergüenza. Decirles «confía, que esto te va a hacer mucho más fuerte, mucho mejor persona». Somos afortunados. Afortunados. Y así, justamente, generar una sociedad un poco más inclusiva.
Hoy en día, si el libro lo reeditáramos, yo diría: a veces un hijo no sale como te imaginas… sale mejor.