Samuel Minski
Samuel Minski

En Barranquilla, cuna del Carnaval, más allá de las reinas y la cumbia, de la Batalla de Flores y los salones burreros, también se escucha y se vive el jazz. Esto se debe en buena parte a Samuel Minski, reconocida figura detrás de BarranquiJazz, festival que se realiza anualmente en la ciudad y que este año celebró su vigésima versión.

Samuel nació y creció en Barranquilla, rodeado de música y lecturas, en un hogar donde se respiraban los valores del judaísmo y se combinaba la severidad de su padre, don Abraham, con la complicidad de su mamá, doña Elena. Desde muy joven cultivó sus grandes pasiones -la música, la lectura y la fotografía.

Un accidente que lo mantuvo al borde de la muerte y en suspención animada por casi dos años, un grupo de amigos con quienes compartía el interés por la música, y su natural rebeldía, son los ingredientes que se combinaron en un principio para dar origen a BarranquiJazz, festival del que es fundador y director.

Detrás de su aparente seriedad y reserva sorprende una inesperada suavidad en el trato con los demás. En su oficina, rodeado de cuadros de artistas locales, un viejo piano de pared, algunas antigüedades y detalles del Carnaval de Barranquilla, se respira un aire bohemio y apacible. Los minutos transcurren en una amena charla salpicada de anécdotas e interrumpida por su risa franca, espontánea y contagiosa.

¿En qué momento de tu vida te das cuenta que te gusta la fotografía, el dibujo, la música?
Desde muy joven tenía mis propios intereses. En el colegio había cosas que me interesaban y otras que realmente no. Era un poco rebelde desde entonces, no me gustaba mucho la autoridad. “Todavía no me gusta”, dice entre risas. “He aprendido a vivir con eso, pero ajá.”

Por mi propia iniciativa de pelao sensible, con 14, 15 años, tomaba fotos, inclusive iba a los pueblos a tomar fotografías. Tenía mi propio laboratorio fotográfico en el baño de la casa. En el club también montamos un taller de fotografía y, más adelante, cuando estudié Administración de Empresas en Boston, fui director del club de fotografía en Bentley College, una universidad pequeña, que después se volvió Bentley University.

Después del segundo año de universidad me retiré. Dije “no aguanto más esto”, entonces me vine a Barranquilla y trabajé con Daniel García, reconocido fotógrafo. Era su laboratorista y ayudante, aprendí mucho con él. La fotomecánica en esa época era manual, había que revelar los rollos y se trabajaba con diapositivas. La separación de colores se hacía con filtros, en cámara oscura, un proceso muy interesante. Veías salir de la oscuridad, de la nada, imágenes desarrolladas. Todo eso me apasionaba.

Hacíamos la fotografía y fotomecánica para Barranquilla Gráfica, una revista muy conocida en aquél entonces. Fue cuando conocí por primera vez una imprenta y pensé que “si algún día quiero hacer algo sería esto”, porque era un proceso realmente mágico, donde confluían las artes y, al reproducir las imágenes, podías reproducir la realidad. Y, ya ves, aquí estamos en Escala Impresores.

Estudié animación en Parsons (Parsons School of Design), en Nueva York, y grabado sobre metal. Siempre tuve interés por la imagen y quería explorar, hacer películas. Realicé, incluso, una pequeña película como de dos minutos de dibujos animados, cuando todavía se hacían manualmente.

Comencé a dibujar a los 23 años, después de un accidente muy serio. No podía caminar ni moverme, y me fui metiendo más en ese mundo y en mi propio mundo, haciendo un análisis de la realidad, de lo que sentía, de lo que veía. Estuve dibujando por casi 10, 12 años y después lo abandoné, prácticamente. Entonces publiqué, en mi editorial, La Iguana Ciega, un libro -El Jardín de las Lenguas Caídas-, con todos mis dibujos, para que quedara documentado lo que quise decir en ese momento.

De pelao también me gustaba la música. En casa se escuchaba todo tipo de música. Mi papá escuchaba música clásica, mi mamá música más popular, boleros y ese tipo de cosas.

¿De qué manera piensas que influyó el judaísmo en tu vida?
Bueno, yo heredé la culpabilidad de todos los judíos -dice, soltando una carcajada. No, mentira, la formación judía influyó especialmente en mi casa, en temas como la rectitud, la honradez, hacer el bien; la pasión por el estudio, por el conocimiento… fue algo que nos inculcaron en casa. Ser lo mejor que se pueda, no ser mediocre, que si vas a hacer algo hay que hacerlo bien. Principios como la hermandad entre la gente, el amor, la sensibilidad, la armonía…

Recuerdo las reuniones familiares en torno a la mesa de shabat, donde se hablaba de todo lo que pasaba en la comunidad. Mi papá formaba parte del grupo al que llamaban los buitres, sus miembros no eran parte de la dirigencia comunitaria en ese entonces, hacían sus tertulias, se reunían en mi casa a tomar whisky hasta las 2, 3 de la mañana y hablaban de todo, debatían, consultaban. Eran David Eisenband, Jaime Watemberg, Boris Rabinovich, el profe Samuel Silberblum, Moisés Pancer… Después, todos llegaron a ser dirigentes comunitarios. Y nosotros, los jóvenes, escuchando, aprendiendo. Así, escuchando, se despertó otra de mis grandes pasiones, la lectura, seguramente heredada de mi padre.

Volviendo a tu afición por la música ¿cómo llegas al jazz?
Fue cuando estudiaba en la universidad en Estados Unidos, oyendo y viendo cosas que me llamaban la atención. Había un club en Boston, el Jazz Workshop, en Boylston Street, por Copley Square, un club de jazz típico donde logré ver a varios grandes del jazz. Por ejemplo a Miles Davis, inolvidable. El tipo llegó con un sombrero, con lentes de sol, mirando hacia abajo, y no levantó la cabeza durante una hora. Hizo el show y se fue. Yo era de los pocos blancos que había en ese concierto. Vi también a Chuck Mangione, trompetista que causó furor entonces y todavía está por ahí dando vueltas; a Mongo Santamaría… Te estoy hablando de los años ’69, ’70, ’71 del siglo pasado.

Entonces te tocó vivir la época cuando empezaban los grandes conciertos gratuitos, al aire libre, en el verano, de donde salieron los súper-mega conciertos de hoy, cuando la escenografía y el montaje eran algo muy sencillo y la fuerza estaba en la música, en el arte.
Sí. Era intenso y ésa era mi época en Boston y eso era un hervidero de hippismo y de protesta contra la guerra de Vietnam. Fue una época de muchos cambios y el jazz también evolucionando y transformando. Aunque casi todos los músicos de jazz se inician como clásicos, es muy diferente tocar música clásica que jazz. El jazz es una improvisación, donde tienes que poder decir lo que quieres decir. Cuando tocas música clásica estás interpretando lo que el compositor compuso. El jazz, por su parte, se mezcla con todo tipo de música muy fácilmente: hay jazz tocado en Kurdistán mezclado con música de ese lugar, o mezclado con tango en la Argentina, o con música hawaiana en Hawaii.

¿Cómo surge BarranquiJazz?
Éramos un grupo de amigos -Antonio Caballero, Hernando Viñas, Miguel Iriarte, Edgardo Solano, y Mingo De la Cruz, que llegó como tres años después- que nos reuníamos a escuchar música. Edgardo fue músico y Hernando sabe mucho de jazz, es casi una enciclopedia ambulante. Nos reuníamos a escuchar jazz más que todo, analizar qué estaba pasando y a veces viajábamos a algún festival y, cuando venían músicos a la ciudad, llegaban a la casa y compartíamos con ellos. Todo muy informal. Todavía nos reunimos. A veces traemos invitados pero, generalmente, somos casi los mismos, seis, siete personas. Empezamos, entonces, a organizar conciertos pequeños y nos fuimos dando cuenta que había un público que le gustaba y que entendía de música, así no fueran grandes conocedores de jazz. Les llamaba la atención y, entonces, a raíz de eso, dijimos “ajá ¿por qué no podemos tener un festival en Barranquilla?”

No podría decir que, en tal fecha y en tal momento tomamos la decisión de crear un festival. Fue dándose. Empezamos a tocar puertas, y buscamos el apoyo de Eduardo Verano, entonces ministro de Medio Ambiente, para conseguir un patrocinador. Nos llevó a Cervecería Águila con Chiqui Arrázola quien al principio dijo “estos manes están locos de remate, nojoda, para qué me los trajiste”, pero le echamos tremendo discurso y nos dio 10 millones de pesos. Con eso empezamos.

A los primeros festivales los músicos venían porque nos conocían, y apreciaban que queríamos hacer algo. Cobraban muy poco o no cobraban. Ese primer año trajimos a grandes músicos colombianos, a Justo Almario, Eddy Martínez y a Gonzalo Rubalcaba, el gran pianista cubano. Fue un concierto bellísimo. Vinieron por ahí unos diez artistas. Este año, para la versión 20, tuvimos cerca de 150 artistas y unas 15 agrupaciones.

¿Cómo nace BarranquiJazz a la Calle?
Después que empezamos los conciertos dentro de las salas nos dimos cuenta que había grupos que tenían cosas interesantes qué decir pero que nadie pagaría una boleta para verlos porque no eran famosos. Entonces abrimos espacios gratuitos fuera de las salas, y creamos un concurso para grupos locales. Así nació BarranquiJazz a la Calle, prácticamente un mini festival de tres días, gratuito totalmente, que se convirtió en plataforma importante. Casi todos los grupos locales que hoy en día están tocando jazz en Barranquilla, en distintos espacios, salieron de ahí.

No tratamos de meter el jazz en la cabeza de los costeños, sino de mostrar música de alto nivel, de abrir espacio para que la gente que escuche jazz por primera vez quede enganchada. Han pasado 20 años y son generaciones que han crecido con BarranquiJazz a la Calle y que han desarrollado ese gusto por una música diferente.

De estos 20 años, seguramente recuerdas momentos que gozaste mucho y momentos que hubieras preferido que no se dieran.
Hay cosas que se dan en los festivales que no se dan en un concierto común y corriente, porque vienen muchos músicos y se encuentran aquí y tocan juntos. Por ejemplo, cuando Gonzalo Rubalcaba tocó con Rubén González de Buenavista Social Club, fue un momento muy especial. Después vino Mulgrew Miller, un pianista estadounidense que tocó con Rosa Passos, la cantante brasilera; o cuando Cachao tocó con Richard Bona, un cantante camerunés. Es algo que se propicia y se da. Es parte del jazz, la improvisación, el encuentro espontáneo de gente para hacer música. Son momentos inolvidables que se dan frente al público …porque lo que pasa en privado no se cuenta.

Momentos desagradables, pocos, más que todo administrativos. Por muchos años luchamos porque la gente no entendía lo que estábamos haciendo, los patrocinadores, o la clase dirigente en su momento. Pero, gracias a Dios, hoy el festival ya es una institución y tiene el apoyo del estado y la empresa privada.

No podemos olvidarnos de la editorial La Iguana Ciega…
Ese es otro proyecto muy importante para mí y es mi pasión también. A eso me dedico ahora pues estoy medio retirado de la imprenta. La editorial se creó hace como 15 años. Prácticamente hemos hecho nuestras propias investigaciones y eso demora. Tenemos unos 40 títulos que recogen, recopilan y documentan la cultura del Caribe colombiano. Muchos de los temas son alrededor de la música, cosas que no se sabían o no estaban muy claras, como la historia de la música de la Costa Atlántica Colombiana, de dónde vienen ciertos ritmos… Tenemos dos libros sobre la historia de Barranquilla, porque Barranquilla tiene historia y bastante, y un libro sobre los negros de Barranquilla y su aporte a la ciudad, porque no sólo en Cartagena hay negros, en Barranquilla también hay negros. Tenemos una investigación sobre el Barrio Abajo, un barrio insigne de la ciudad, y un libro sobre la historia de la gastronomía en la Costa Atlántica colombiana. Tratamos temáticas que tienen que ver con cosas que normalmente pasan desapercibidas y nadie ha documentado, pues no tienen un espacio comercial.

¿Te describirías a ti mismo como gestor cultural?
Si, aunque mi mamá diría “alábate pollo que mañana te cocinan”, pienso que desde la Fundación Cultural Nueva Música, que maneja la editorial y el festival, somos uno de los polos culturales de la ciudad. BarranquiJazz es el segundo ente más importante de la ciudad después del Carnaval.

Para mí es muy importante lo que se está haciendo en la editorial, mucho más importante incluso que el propio BarranquiJazz, para el futuro de la gente de la Costa. Primero, porque hay muy pocas editoriales que son realmente costeñas y, segundo, son muy pocas las editoriales, por no decir ninguna, que se ocupan de rescatar toda esa memoria histórica que nosotros estamos rescatando y, hacia el futuro, eso es algo muy valioso.

Publicado originalmente en Revista Salomón – Edición 99 – Diciembre 2016 – Enero 2017