Escritores, ilustradores, promotores de la lectura y editores hablan de los libros y la violencia en la literatura infantil colombiana en los últimos años, y sobre las tenencias que podemos esperar en materia narrativa dirigida a la niñez.

Hay muchas cosas de las que los adultos no hablan en presencia de los niños, con la falsa ilusión que los están protegiendo, pretendiendo que es mejor no pensar, no saber. Pero los niños saben más de lo que la gente supone y están dispuestos a enfrentar temas difíciles, que los adultos preferirían que no conocieran. 

Los chicos son inquisitivos por naturaleza. Si allí donde buscan respuestas encuentran silencios, se llenan de confusión, y esa sensación de desconocimiento, con frecuencia, queda impresa como parte de su identidad.

A menudo olvidamos la complejidad de su vida emocional y su necesidad de palabras. Hoy en día los niños saben que la gente muere, que en las guerras hay torturas y desapariciones, y que en la vida también hay espacio para el horror. Los temas alrededor de la violencia ya no les sorprenden. Con solo abrir el periódico, encender la radio o la televisión, hablar con sus amigos o conectarse a Internet oyen de corrupción, violencia, abuso sexual, bullying, secuestros, trata de menores… en este mundo global, lo que ocurre a miles de kilómetros nos afecta directa o indirectamente.

Desconocer que existen otros que viven en contextos diferentes, negar el dolor de los demás, evitar hablar de los conflictos, crea una ilusión de insensibilidad, de autoanestesia. Porque el hecho de no hablar de estos temas no va a hacer que desaparezcan.

En Colombia, a lo largo de más de cincuenta años, hemos vivido en una sociedad dominada por la violencia, la corrupción, el miedo y el abuso del poder. Miles de niños y jóvenes colombianos han vivido inmersos en un conflicto que no entienden, han sido víctimas o testigos de la violencia por la acción de la guerrilla, los grupos paramilitares y las mafias del narcotráfico.

Interpretar realidades
¿Cómo hablarles a los niños de temas difíciles? ¿Cómo contarles del dolor, de la tristeza, de esas cosas que los adultos mismos no entendemos? ¿Cómo hablarles de la guerra? Y, por otro lado, ¿cómo no hablarles de todos esos temas?

En medio de la complejidad y de los silencios, la literatura se convierte en un albergue imaginario y les brinda el lenguaje y las palabras para expresar sus preocupaciones, sus conflictos, las situaciones que les toca vivir y que no siempre están preparados para entender.

Se supone que la niñez es la etapa de la inocencia, ¿por qué no protegerlos ante el horror?

La polémica sobre qué temas deben tratarse en la literatura infantil data de tiempo atrás. Hace pocos años, la obra del estadounidense Maurice Sendak Donde viven los monstruos (Where the Wild Things Are, 1963) desató duras críticas por parte de padres y pedagogos, que consideraron que sus personajes podían asustar a los pequeños.

Para el autor, quienes cuestionaron su obra eran personas sobreprotectoras que tendían a idealizar la infancia y a pensar que los libros para niños debían tener un mensaje moralizante de acuerdo a los modelos aceptados de comportamiento, «logrando niños sanos, virtuosos, sabios y felices».

Para el ilustrador de libros infantiles Rafael Yockteng, estos son temas a los que ningún ser humano puede ser indiferente. Aún si alguien se encuentra en un sitio privilegiado, la violencia lo puede alcanzar.

La escritora colombiana Yolanda Reyes dijo durante el II Congreso Iberoamericano de Literatura Infantil que se realizó en Bogotá en marzo de 2013 que la literatura infantil otorga a los niños herramientas intelectuales, cognitivas y simbólicas para asimilar, enfrentar y modificar sus propias realidades, incluso la violencia. «Para los niños es muy reparador explicarles la realidad. Les otorga poder, valentía y esperanza». Entonces, no hay que ocultar lo que sucedió, sino colocarlo en el lenguaje del niño.

“Mi mamá dice que si Catalina hubiera estado ese día, seguro que la habrían matado. Yo no creo que sea para tanto. Catalina llora por todo, pero a la hora de la verdad es la más valiente de todos nosotros. De pronto, si Catalina hubiera estado ese día, los secuestradores no habrían podido llevarse a mi papá”.  (Irene Vasco – Paso a paso)

El lenguaje literario
La realidad tiene que estar presente en la literatura infantil y juvenil. La literatura debe reflejar con miles de recursos, de miles formas, la realidad en que vivimos, ayudar a los niños a construir su propia mirada, a desarrollar la capacidad de analizar qué es lo que sucede a su alrededor, a crear referentes y nombrar mundos imaginarios. Es necesaria también para ponerse en los zapatos del otro y sentir el dolor ajeno.

Si bien es cierto que no hay temas prohibidos en la literatura para niños, tan importante como los contenidos es el tratamiento narrativo. El modo de contar una historia, retar a los niños como lectores, proponiendo giros interesantes en la trama y en el tiempo, utilizar distintos narradores, metáforas, personajes contradictorios, finales abiertos, alusiones e inferencias, todos los elementos de un buen libro deben estar presentes.

Beatriz Helena Robledo, escritora e investigadora de literatura infantil y juvenil, afirma que los niños tienen una capacidad de interpretación activa e interpretan a su manera, como lo hace cualquier persona, a partir de su experiencia y sus conocimientos. Un niño campesino, uno que vive en la calle y otro de una familia con recursos son tres lectores diferentes y seguramente interpretarán un texto de manera distinta.

Autores y libros infantiles sobre la violencia en Colombia
La literatura infantil es un reflejo de la cultura de cada época y lugar de origen, y está estrechamente ligada a la historia de la humanidad. En la Edad Media y el Renacimiento no se reconocía a la infancia como una etapa con características y cualidades propias.

Fue en el Siglo XVIII que el pensador francés Jean-Jacques Rousseau planteó en su Emilio (1762) que el niño no es un adulto en miniatura, sino que tiene características propias y una concepción diferente del mundo, concepto que transformó profundamente a la sociedad occidental.

Rousseau atacó el sistema educativo de su época, sosteniendo que los niños debían ser educados en base a sus intereses y no a través de una estricta disciplina. Filósofos y pensadores comenzaron a considerar que el niño necesitaba su propia literatura, aunque todavía con fines didácticos. Sin embargo, habrían de pasar muchos años hasta que la sociedad reconociera los derechos fundamentales de los niños.

Vale recordar que ocultos en las narraciones de Hans Christian Andersen, sus personajes, al igual que tantos niños de hoy, eran los excluidos, los diferentes en un mundo de iguales, Cenicientas en un mundo de princesas, cisnes en una familia de patos, pobres en un país frío e inhóspito, arrancados de su sitio, arrojados a la intemperie, expulsados de dudosos paraísos.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, varios escritores europeos se atrevieron a hablar de las heridas de la guerra y de las emociones sin imponer mensajes moralizantes. Así aparecieron libros como Flon Flon y Musina, de la francesa Elzbieta; Cuando Hitler robó el conejo rosa, de la alemana Judith Kerr; Rosa Blanca, del italiano Roberto Innocenti, y, en Austria, ¡Vuela, abejorro!, de Christine Nöstlinger. Varios de estos libros llegaron a Colombia en la década del noventa y se convirtieron en referentes  de la primera generación de escritores colombianos para niños: Yolanda Reyes, Irene Vasco, Ivar Da Coll y Triunfo Arciniegas.

Unos años más tarde, el chileno Antonio Skármeta publicó La composición (1998), donde habla de la dictadura, planteando un mundo de represión y miedo en que se intenta vivir con normalidad. A pesar de su corta edad, Pedro, el protagonista, comprende claramente que algo ocurre a su alrededor y responde por sí mismo la pregunta que un día le hizo a su padre «¿Los niños pueden estar en contra de la dictadura?»

En Colombia, es apenas a finales de los ochenta que la literatura infantil fue reconocida como un campo para hablar de las emociones, y los niños fueron reconocidos como sujetos de derecho apenas en la Constitución de 1991.

Sergio Andricaín, escritor e investigador literario cubano que vivió muy de cerca la realidad de nuestro país trabajando como oficial de proyectos del Centro Latinoamericano para el Libro y la Lectura (Cerlalc), compartió con nosotros algunos de los autores y libros infantiles más conocidos sobre este tema.

Precursora de este género, que podríamos llamar de la violencia o de los temas difíciles en Colombia, es Irene Vasco. Su novela Paso a paso (1995) narra el secuestro de un padre visto desde los ojos de su hija adolescente. Su nuevo libro Mambrú perdió la guerra (2012) cuenta la historia de Emiliano, quien enfrenta la desaparición de sus padres y se ve en la necesidad de refugiarse en una cabaña con su perro Mambrú, su amigo y guardián y, ante el pánico de ser encontrado, debe dispararle para acallar sus ladridos.

El mordisco de la medianoche, de Francisco Leal Quevedo, y La luna en los almendros, de Gerardo Meneses Claro (Premio de Barco de Vapor de SM) abordan el drama de las familias que se ven obligadas a abandonar el lugar donde siempre han vivido a causa del conflicto, y cómo eso afecta la vida de estas familias y, en especial, a los niños.

En No comas renacuajos, de Francisco Montaña Ibáñez (2008), cinco hermanos (el mayor tiene apenas 13 años de edad) intentan sobrevivir solos después que su madre murió enferma y el padre los abandonó a su suerte. Manuela, Robert, Héctor, David y María se empeñan en permanecer unidos, haciendo frente al hambre, el abandono y la indiferencia.

Un caso muy particular es Tengo miedo, de Ivar Da Coll, un clásico, que aborda los miedos que experimenta un niño: a la sombra, a la oscuridad, a los fantasmas, y que el propio escritor reeditó en 2013 con nuevas ilustraciones y ampliando las connotaciones del miedo que puede sentir un niño en una situación como la que vivimos en nuestro país, donde los monstruos no solo no dejan dormir al protagonista, sino que sacan a los animales de sus casas, se llevan a algunos para no regresarlos jamás, o escupen fuego sobre pueblos enteros.

Con textos del colombiano Jairo Buitrago e ilustraciones de Rafael Yockteng, quien nació en Perú pero está radicado en Colombia, apareció en 2008 Camino a casa para hablarnos de los desaparecidos, de las madres que tienen que ir a trabajar todos los días y de los chicos que se quedan solos y terminan educándose ellos mismos, una situación que se repite a diario en toda Latinoamérica. De este mismo dúo de creadores encontramos Eloísa y los bichos (Premio White Raven, 2012) acerca de una niña que llega a una ciudad donde todos son bichos raros. Una historia sobre desplazamiento, un relato intimista sobre los miedos de una niña y lo difícil que es adaptarse a un nuevo lugar, a todo aquello que nos es desconocido.

Para los más pequeños está El árbol triste (2005), de Triunfo Arciniegas, que cuenta la historia de tres pájaros que llegan al árbol en casa de una niña para levantar el vuelo tres meses después, dejando al árbol y a la niña con la esperanza de su regreso. Cuando vuelven, despelucados y tristes, la niña descubre que los pájaros vienen de un país que está en guerra.

Finalmente, en las páginas de Era como mi sombra (2015) Pilar Lozano nos habla de esos jóvenes que han formado parte de la guerrilla, bien sea por coerción física, por obligatoriedad o porque son, como los personajes de esta historia, dos muchachos que no tienen futuro, que están en medio de una guerra y no saben qué hacer con su vida, que no ven su destino claro y un buen día deciden incorporarse a la guerrilla.

Todos estos autores plasmaron la realidad de la guerra sufrida por los niños con un profundo conocimiento, con sensibilidad e inteligencia, con una mirada serena, con todo el dolor, los traumas y las heridas que crea una guerra.

Libros como estos son los indispensables, los que resuenan en la conciencia, los que le permiten al lector adentrarse en el dolor del alma humana, y encontrar en ella, también, su grandeza.

“Tengo miedo de los monstruos que tienen cuernos… de los que se esconden en los lugares oscuros y solo dejan ver sus ojos brillantes… de todos, todos esos que nos asustan tengo miedo…”    
    (Tengo miedo – Ivar Da Coll)

En la literatura tienen que estar la guerra, el hambre, el dolor, el drama del exilio, pero con una dosis de optimismo. Tiene que haber también cuentos donde la gente es feliz; en medio del conflicto, tienen que estar presentes la alegría y la esperanza que –dentro de toda esta situación– el mundo puede ser un lugar bello y la vida vale la pena vivirla.

En Era como mi sombra, por encima de la dureza de las situaciones conmovedoras y desgarradoras, siempre aflora la belleza en la forma de paisajes, de amistad, de reconciliación y de reflexión. Eloísa y los bichos nos habla de extrañeza y de rechazo, pero también de amistad. La protagonista de Paso a paso está traumatizada, pero tiene la frescura de la vida que comienza y, a pesar del trauma, con el dolor, va a florecer.



“Eloísa y los bichos” es una historia sobre el desplazamiento y los miedos de una niña ante los lugares desconocidos.

Literatura infantil después del conflicto
Ahora, cuando soplan nuevamente aires de acuerdos de paz en Colombia, que ojalá se materialicen y no se desvanezcan una vez más como humo, ¿podremos empezar a pensar en una nueva literatura infantil más allá de la violencia?

La literatura del conflicto va a seguir. Sergio Andricaín considera que habrá dos vertientes en la literatura colombiana: una que hable del conflicto como tal, como historia que se cuenta desde miradas y ángulos distintos, y otra que hable de lo que viene, del postconflicto, de cómo construir una nueva sociedad entre todos, cómo dialogar.

Considera que es muy probable que aparezca una nueva temática en torno a qué va a pasar después del conflicto, la incorporación de la guerrilla a la sociedad civil, cómo se van a resolver los dramas que dejó la guerra, saber que aquel fue quien mató a mi padre, o el que me expulsó o me despojó de mi hogar. Puntualiza que la literatura no es la solución, no es la panacea, no trae una cura milagrosa a los problemas sociales, pero contribuye a nivel individual a que cada uno sea mejor y pueda completarse como ser humano. 

Por mi parte debo señalar que la reconciliación después de un evento traumático es difícil. La disculpa puede ser un punto de partida para buscar la reconciliación y trabajar como colectividad para superar el pasado. Pero disculpa no es olvido. Quedan aún muchas historias de vida por narrar. Esas historias de y para los niños a quienes les robaron la infancia y los expulsaron del paraíso de la inocencia de los primeros años, y que necesitan historias con las que se puedan identificar.

«Es importante contar las historias sociales, las historias ocultas, las que no se cuentan, las  cotidianas. Si esas historias quedan sin contar, se guardan en el inconsciente colectivo y no se pueden superar, no puedes perdonar. Se debe hablar de reconciliación, sin guardar resentimiento contra nadie» –opina Rafael Yockteng.

Para darle fin a este análisis es necesaria la frase que muchos repiten de memoria: La firma de los tratados de paz no representa, ni remotamente, el cese del conflicto. Porque el conflicto es un ente que se vive a diario y está presente en todas las relaciones humanas: tirar un papel en la calle es un conflicto, que el papá le pegue a uno, o el compañero lo convierta en blanco de burlas, o la profesora no dé importancia a la pregunta que el niño plantea son conflictos que los chicos enfrentan de manera permanente, día a día.

Tenemos que aprender ahora el lenguaje de la paz, el discurso de la paz. Enseñar a los niños a dialogar, a resolver los conflictos pacíficamente. Para que puedan empezar a creer en las palabras de ese gran pensador e idealista Mahatma Gandhi: «No hay camino para la paz, la paz es el camino». 


Sergio Andricaín
Escritor, editor
Habrá dos vertientes en la literatura colombiana. La que hablará del conflicto y otra de lo que viene ahora, de cómo construir  una nueva  sociedad.


Rafael Yockteng
Ilustrador de libros infantiles
Si esas historias quedan
sin contar, se guardan en el inconsciente colectivo y no se pueden superar, no puedes perdonar.